Mientras los hoplitas intentaban detener al ejército de Jerjes I en las Termópilas, sin éxito como ya vimos no hace tanto, la flota griega, bajo mando ateniense, se enfrentaba a la armada persa en el cabo Artemisio.
Sin embargo, al recibir las noticias de la derrota de los hombres comandados por Leónidas, la flota se replegó hasta la isla de Salamina, cerca del istmo de Corinto, donde los helenos intentarían de nuevo detener a los persas.
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La destrucción de Atenas
Pero Atenas era indefendible. Tras la derrota de las Termópilas y con los persas arrasando cuantas ciudades se negaban a humillarse ante Jerjes, a Atenas no le quedaba otro destino que el que ya habían sufrido Platea y Tespias.
Así que la ciudad fue evacuada. Los atenienses, hombres, mujeres, niños y ancianos, salieron de la ciudad y se refugiaron en la cercana isla de Salamina. La propia flota griega, recién llegada de Artemisio, ayudó a la población a cruzar a la isla. Desde allí tendrían una visión privilegiada del destino que iba a sufrir su hogar.
Escombro y ceniza. Eso es todo lo que los persas dejaron de Atenas al llegar a la ciudad y verla abandonada. Y los ancianos y enfermos que no habían podido seguir a sus conciudadanos, asesinados.
La majestuosa acrópolis que habían estado fortificando durante las últimas semanas, con el templo de Atenea y el Hecatompedón, aún sin terminar, así como los templos y casas de la ciudad baja… Nada sobrevivió, salvo quizá el Hefestión, junto al ágora. Ni siquiera la diosa Atenea, epónima de la ciudad, pudo salvarla de la destrucción.
Los atenienses tardaron medio siglo en reconstruirla después de la destrucción de los persas, pero resurgió con gran esplendor: el Partenón, el Erecteión, el templo de Atenea Niké, el santuario de Artemisa… La acrópolis se cuajó de maravillas arquitectónicas que sobrevivirían al paso de los siglos.
La pequeña isla de Salamina y su canal
La isla de Salamina está situada en el Egeo, muy pegada a la costa: un estrecho canal de apenas dos mil metros la separan del Ática, muy cerca de El Pireo, el puerto ateniense. Este canal está cerrado en ambos extremos, al este y al oeste, por dos estrechos (a continuación puedes verla en Google Maps). Y en ellos, en aquel canal y aquellos estrechos, vieron los griegos su única oportunidad para detener al ejército de Jerjes.
Eso contando con que la batalla llegara a producirse, porque la Liga Helénica, la unión de los griegos para la defensa común, empezaba a tambalearse. El ejército persa era grande, enorme; y, tras observar la destrucción de Atenas, cada ejército quería replegarse a proteger su propia ciudad. Si eso ocurría no habría salvación para nadie, y Temístocles lo sabía.
Temístocles era el general al mando de las fuerzas griegas. Él era ateniense y, aunque unos años después de este episodio fue relegado al ostracismo y huyó a Persia, sirviendo al rey persa Artajerjes I, tras su muerte fue rehabilitado y pasó a la historia como el gran e inteligente general que salvó a Grecia de la invasión persa. Como realmente fue.
Él sabía, como digo, que si la liga se rompía nada podría ya detener al invasor persa. Es de suponer que, una vez destruida Atenas, su ciudad, su prioridad podría haber sido utilizar la flota griega (al menos la parte ateniente, que suponía la mayor parte de las naves) para poner a salvo a sus conciudadanos, refugiados en Salamina.
Sin embargo él sabía, como digo, que si la liga se rompía nada podría ya detener al invasor persa, que aplastaría las polis griegas una tras otra, sin que ya nada pudiera oponerse a él. La única oportunidad era hacerle frente unidos.
Y el mejor lugar era Salamina y su estrecho canal, donde la inferioridad numérica de las naves griegas podía verse compensada con su mayor maniobrabilidad.
Los persas llevaban sus naves cargadas de infantería dispuesta a invadir Salamina, y eran por tanto mucho más pesadas. Y en un número demasiado grande para poder maniobrar en aquel canal y en sus estrechos.
El reto estaba en encontrar la forma de obligar a la flota persa a internarse en el canal. Y Temístocles urdió un ardid.
Astucia
Envió durante la noche un sirviente a Jerjes con un mensaje. En él Temístocles contaba al rey persa que los griegos estaban divididos, que los mandos de las distintas polis planeaban abandonar la flota conjunta para ir cada uno a defender su propia ciudad. Y que, ante esa situación, Temístocles se veía obligado a apoyar la causa persa frente a la helena.
Para vencer, le decía Temístocles a Jerjes, le bastaría con bloquear los estrechos. Él (Temístocles) pondría sus naves a disposición de los persas y juntos vencerían fácilmente al resto de naves.
Temístocles estaba haciendo un doble juego. Tras más de una semana anclados en el canal, observando cómo Atenas era destruida, y con la flota persa esperando anclada en Falero, un puerto cercano a la isla, la moral en el lado heleno se resentía cada día más.
Era cierto que los comandantes veían una victoria poco menos que imposible, y que de seguir la situación así pronto comenzarían a desertar para, en efecto, intentar cada uno defender su propia ciudad. Y eso habría sido el final de Grecia.
Sabiéndolo, a Temístocles no le quedó otra que forzar la batalla haciendo que Jerjes bloqueara las salidas del canal de Salamina. Además ahora el rey persa contaba con la traición del ateniense. Traición que, por supuesto, no se iba a producir.
Pero el rey persa se veía ya vencedor. Ordenó que instalaran un trono en la ladera de un monte cercano desde donde podría ver la evolución de la batalla. Además, así sus comandantes se desempeñarían con más valentía.
Y envió a sus naves a bloquear el canal.
Cuando las noticias sobre el despliegue de la flota persa llegaron a los aliados, éstos se encontraban discutiendo el plan a seguir.
La mayoría, como hemos visto, abogaba por la disolución de la flota y la evacuación a las polis. Es fácil imaginar a Temístocles esperando secretamente noticias de los movimientos de Jerjes, como el jugador que lo apuesta todo a una sola jugada.
La cuestión es que, con las noticias del bloqueo persa, los peloponesios no tuvieron otro remedio que aceptar la batalla. Todo estaba decidido y, a juzgar por la evolución de los acontecimientos, tendría lugar al amanecer.
La batalla
El plan persa era bloquear el estrecho oriental del canal, de modo que la flota se dirigiera hacia el estrecho occidental con intención de escapar de la ratonera que aquel canal suponía. Allí, acorralados entre el resto de la flota persa y los barcos griegos traidores, sería fácil destruirlos totalmente.
Pero las cosas se desarrollaron de otra forma. Cuando al amanecer las naves persas comenzaron a presionar en el estrecho oriental del canal de Salamina, los barcos griegos comenzaron a ciar en perfecto orden.
Supongo que, en este punto, Jerjes ya se estaría oliendo algo raro. En lugar de huir despavoridas hacia la salida contraria al ver acercarse a la flota persa, las naves helenas mantenían una boga parsimoniosa y perfectamente ordenada, preparadas para entrar en combate en cualquier momento.
Ese momento no tardó mucho en llegar. El viento del amanecer comenzó a llevar a los barcos persas hacia la costa del Ática y, aprovechando la circunstancia, uno de los trirremes griegos embistió contra la formación.
Como si de una señal se tratase, las naves helenas se lanzaron hacia la flota enemiga que, en la estrechura del paso, empujados por el viento y con la presión de los trirremes que bloqueaban el paso a las primeras líneas, comenzaron a amontonarse cada vez más hacia la costa.
Desde el momento en que los barcos persas estuvieron tan cerca unos de otros como para que sus remos entrechocaran, la flota de Jerjes se encontró condenada.
Salamina se convirtió entonces en un festín de trirremes griegos abordando naves persas y enviándolas al fondo del canal con su espolón, con la infantería ahogándose, arrastrada al fondo por el peso de su parafernalia.
Los pocos medos que conseguían alcanzar la costa eran rematados por la población ateniense que, loca de furia por la destrucción de su ciudad, veían como sus más oscuros deseos de venganza se hacían realidad.
El rey Jerjes, desde su trono en el monte, fue testigo de la total y absoluta derrota de su flota, lo que significaba el final de la planeada invasión.
Lo que pudo ser y no fue
Así, amigo lector, acabó el sueño del rey persa de dominar Grecia. Un ejército como no habían visto los tiempos dirigido contra la puerta de entrada a Europa, en un momento en que Atenas comenzaba una serie de reformas políticas que acabarían dando lugar a una nueva forma de gobierno: la democracia.
Imagina por un momento qué habría pasado de haber sido Jerjes más reflexivo. Si, en lugar de internarse en el canal, hubiera simplemente esperado en su campamento de Falero.
Si la alianza griega se hubiera resquebrajado, y la flota conjunta, dividida por el miedo, se hubiera separado y abandonado Salamina.
Imagina cómo habría ido el ejército persa asolando ciudad tras ciudad, primero en Grecia y después hacia el interior de Europa. Cómo el imperio persa habría crecido en extensión y en fuerza, y cómo la incipiente época dorada de Grecia moría antes de nacer.
¿Puedes imaginarlo?
Si quieres profundizar en el tema
Salamina
de Jean Mayle
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