En 1635 Tokugawa Iemitsu, nieto de Tokugawa Ieyasu y tercer shogun del clan Tokugawa, proclamaba el edicto sakoku, que entró en vigor cuatro años después, según el cual ningún japonés ni extranjero podía entrar o salir del país bajo pena de muerte.
La política de sakoku cerró literalmente Japón desde 1639 hasta que, en 1853, barcos de guerra estadounidenses entraron en la bahía de Edo y obligaron a la apertura del país. Durante todo ese tiempo, cualquier tipo de contacto con extranjeros estaba prohibido para los japoneses.
Sin embargo había una excepción. Un grupo de neerlandeses, con permiso especial del shogun, habitaban en una isla artificial en la bahía de Nagasaki, que no podían abandonar, con el propósito de mantener las relaciones comerciales entre Japón y la Compañía Holandesa de las Indias Orientales: la isla de Dejima.
Índice del artículo:
Europeos en Japón
Durante los siglos XV y XVI Europa, con España y Portugal a la cabeza, comienzan un periodo de exploración de nuevas rutas comerciales hacia el Lejano Oriente.
Sobre las causas ya hablé en detalle en el artículo sobre la expedición de Paiva y Covilhã, aunque se puede resumir en una frase: la expansión del Imperio otomano en el Mediterráneo oriental había interrumpido las rutas comerciales tradicionales, la Ruta de la Seda.
Así que comienza una especie de carrera entre los países europeos para intentar conseguir una ruta estable de comercio con oriente, ahora que se había desmoronado el monopolio del que hasta entonces había disfrutado la República de Venecia.
Como ya sabes, fueron Holanda y Portugal los que se quedaron la mayor parte del pastel, ya que España se tropezó por casualidad con “otro pastel” aún más grande y jugoso, así que dejó de prestar atención a Oriente para centrarse en América (con muy raras excepciones, como Filipinas, y que además dependían directamente de Nueva España).
Sobre todo esto también puedes leer más en otro apunte:
El caso es que fue Portugal quien cogió la ventaja inicial, y comenzaron a verse barcos portugueses explorando las aguas de Sumatra, Malasia, Siam o China.
Los bárbaros del sur
Uno de esos barcos era el del aventurero Fernão Mendes Pinto, que exploró las costas de Molucas, China, Birmania, Siam, la Conchinchina y otras (siempre con fines comerciales, por supuesto) durante veintiún años. Y fue durante ese viaje que, en 1542, naufragó en la isla de Tanegashima, una de las más meridionales del archipiélago japonés, empujado por una tormenta.
Mendes y su tripulación fueron los primeros europeos que llegaron a las costas de Japón. A raíz de su llegada (desde el sur) los japoneses conocieron a los europeos como los bárbaros del sur.
Por cierto que ya este primer contacto fue crucial en la historia de Japón, ya que Mendes mantuvo un encuentro con el daimyo de la isla, Tanegashima Tokitaka, y le hizo una demostración de su arcabuz. El japonés quedó maravillado y llegó con Mendes a un acuerdo, comprándole dos arcabuces.
Estas armas, que llegaron a ser conocidas por los japoneses como tanegashima, se extendieron rápidamente por todo el país y su introducción cambió el modo de hacer la guerra en Japón.
Evangelización
La introducción de las armas de fuego cambió Japón para siempre, pero no fue nada comparado con lo que estaba por llegar.
Porque en cuanto llegaron las primeras noticias a Europa de estas nuevas tierras los misioneros se pusieron en marcha. Fíjate si fue rápida la cosa que el primer misionero que llegó al archipiélago, el más tarde canonizado Francisco Javier, lo hizo en 1549. Sólo siete años después del primer contacto, ¡y estamos hablando del siglo XVI!
Lo ideal, para entender el resto del tema de hoy, sería hablar de cómo se extendió el catolicismo por Japón y de cómo terminó todo. Sin embargo sería repetirme porque ya traté el tema al hablar de la Rebelión Shimabara, así que a ese apunte te remito:
El sakoku
En la época de la llegada de los primeros europeos a Japón, Nagasaki era un pequeño poblado portuario sin ninguna importancia, pero los portugueses crearon en ella un puesto comercial para la importación de productos chinos y europeos, y rápidamente se convirtió en una próspera ciudad.
De hecho, para cuando Toyotomi Hideyoshi se hizo con el poder (esto está todo explicado en la entrada sobre la Rebelión Shimabara) la ciudad de Nagasaki estaba parcialmente bajo control administrativo de los jesuitas portugueses.
Preocupado por el creciente avance del cristianismo, sobre todo en el sur, Hideyosi ordenó la expulsión de los misioneros, recuperó el control de Nagasaki y comenzó a perseguir a los cristianos.
A finales del siglo XVI fueron por primera vez ejecutados (crucificados) cristianos japoneses, aunque la deportación de todos los misioneros y la prohibición total del cristianismo no llegaría hasta 1614 gracias a un edicto proclamado por nuestro viejo conocido, el shogun Tokugawa Ieyasu, seguidas de una brutal represión.
Sin embargo no ocurrió lo mismo con los comerciantes. Japón estaba recibiendo, a través del puesto comercial de Nagasaki, mercaderías que nunca antes habían llegado al archipiélago nipón, y la ciudad portuaria de Nagasaki continuó creciendo.
William Adams
La historia de este hombre es bien curiosa. Era un inglés, un simple piloto (el encargado de la navegación, equivalente al primer oficial en los navíos actuales) que por azar acabó teniendo una grandísima influencia en la política y la sociedad japonesa durante mucho tiempo.
Adams embarcó en una expedición comercial a Oriente formada por cinco barcos, con el cargo de piloto en uno de ellos, el Hoop, y fletada por una empresa de mercaderes de Rotterdam. Precisamente una de esas empresas de las que hablaba en el artículo sobre la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
El caso es que la expedición fue un desastre: tormentas, deserciones, hundimientos, ataques de nativos (y de portugueses)… Finalmente el Liefde (el barco en el que había recalado Adams después de que un tifón hundiera el Hoop) llegó a las costas de la isla japonesa de Kyushu (la misma en la que se encuentra la ciudad de Nagasaki) después de diecinueve meses de navegación y con sólo una veintena de hombres enfermos y moribundos a bordo.
Esto fue en el año 1600, muy pocos meses antes de la decisiva batalla de Sekigahara (de nuevo te remito al artículo sobre Shimabara). Es más, según las crónicas españolas los diecinueve cañones que portaba el Liefde se utilizaron en aquella batalla por las tropas de Tokugawa Ieyasu, que por entonces aún era daimyo.
William Adams, el samurái inglés
Me estoy desviando del tema. La cuestión es que Ieyasu se entrevistó con Adams y debió caerle en gracia. El propio Adams se lo contó después a su esposa en una de sus cartas:
Me presenté ante el rey y le caí bien, me pareció que iba a estar maravillosamente bien dispuesto hacia mí. Me habló por señas, algunas de las cuales entendí pero otras no. Al final vino alguien que hablaba portugués. Por medio del traductor el rey me preguntó de qué país era y qué nos había impulsado a viajar tan lejos. […] Le expliqué que tenía un mapa de todo el mundo, se lo enseñé y le indiqué cómo habíamos llegado a través del Estrecho de Magallanes. Se asombró con lo que le conté y me dijo que creía que yo le mentía. Así, hablando de unas cosas y de otras estuve con él hasta la medianoche.
Finalmente Adams se convirtió en asesor comercial (e incluso personal cuando se trataba de temas relacionados con Occidente) de Ieyasu, que como sabes poco después se convirtió en el shogun, el máximo líder político y militar de Japón.
Como buen inglés no dudó en desaconsejarle las relaciones de cualquier tipo con España y con Portugal. Esa inquina que Adams fue introduciendo en el primer shogun Tokugawa acabaría dando lugar a una política que marcó la vida y la sociedad de Japón hasta el siglo XIX.
Por cierto que, como japonés conservador, no “se permitía a sí mismo” (aunque como shogun podía hacer lo que le diera la real gana) tener un asesor extranjero, por lo que decretó la muerte del piloto William Adams y que en su lugar había nacido el samurái Anjin Miura, nombre con el que era conocido Adams en Japón, convirtiéndose así en el primer samurái europeo.
Los holandeses en Japón
Y aquí es donde se ve la importancia del papel de Adams en todo el asunto, ya que gracias a su privilegiado puesto de influencia sobre el shogun consiguió beneficiar a los holandeses, obteniendo en 1605 una carta de invitación para comerciar dirigida a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
Si no has caído en el detalle permíteme hacerte notar un par de puntos:
- Por entonces España estaba en plena Guerra de los Ochenta Años con las provincias neerlandesas y que, aunque para España eran provincias rebeldes (lo seguirían siendo hasta que se reconociera su independencia en 1648) ya se habían autoproclamado República de los Siete Países Bajos Unidos, y eran aliados de Inglaterra.
- Desde 1580 las coronas de Portugal y de España estaban ambas gobernadas por el mismo rey, Felipe II, situación que duró hasta 1640.
Y en fin, Inglaterra (y por tanto cualquier buen inglés) se mostró siempre encantada de unirse a cualquier cosa o causa que estuviera en contra de los intereses españoles (y digo esto de forma objetiva y, en la medida de lo posible, neutral).
El caso es que el shogun acabó ofreciendo derecho de libre comercio a la VOC, mientras que restringió el comercio portugués a la ciudad de Nagasaki, y además con precios tasados.
A Adams la jugada le salía redonda y el shogun obtenía un socio comercial europeo que no llevaba aparejado una cada vez más peligrosa evangelización.
El cierre de fronteras
Y así transcurrieron las primeras décadas del siglo XVII en Japón.
Un país que hasta hacía apenas sesenta años había vivido vuelto sobre sí mismo y de espaldas al resto del mundo, y que además estaba ahora gobernado por un clan, los Tokugawa, muy estricto y conservador, había visto en poco más de medio siglo cómo los extranjeros comenzaban a llegar en cantidades crecientes, trayendo además una religión que, a pesar de haber sido prohibida, avanzaba imparable por el sur.
En 1637 estallaba en la península de Shimabara y en las islas Amakusa (prefectura de Nagasaki) la rebelión Shimabara. Esta revuelta campesina, que fue duramente reprimida, fue la gota que colmó el vaso.
El shogun, que en esta época era Tokugawa Iemitsu (el nieto de Ieyasu), decidió que Japón no toleraría más que las naciones extranjeras se inmiscuyeran en los asuntos del país, hasta el punto de turbar la paz y el equilibrio que mantenía con mano de hierro.
Tokugawa Iemitsu
Iemitsu proclamó en 1639 la expulsión de todos los extranjeros de Japón y el cierre de sus fronteras. Desde ese momento ningún japonés podía salir del país ni mantener ningún contacto con foráneos, y ningún extranjero podía entrar en Japón.
El castigo al incumplimiento de este decreto, conocido como sakoku (literalmente país en cadenas), era la pena de muerte.
Dejima
Iemitsu hizo sin embargo una excepción: los holandeses.
Y es que los holandeses, la verdad sea dicha, lo habían hecho todo muy bien en lo que a Japón se refiere. Sobre todo se limitaban al comercio: todos los holandeses que habían en Japón eran comerciantes, empleados o delegados de la VOC. Ni un sólo religioso.
Además habían apoyado al shogun durante la revuelta de los católicos de Shimabara, incluso con armas y tropas. De nuevo hay que tener en cuenta no sólo los intereses comerciales, sino también que hacía ya casi setenta años que su país, protestante, estaba en guerra precisamente a causa (al menos causa “oficial”) de la intransigencia de gobernantes católicos.
Sin embargo eso no significa que pudieran campar a sus anchas por Japón. El sakoku prohibía cualquier contacto entre japoneses y extranjeros (para ello hacía falta un permiso especial del shogun), y de alguna manera había que controlar a los pocos holandeses que habían quedado en el país.
La solución fue la isla de Dejima.
La isla de los holandeses
Dejima (-shima o -jima significa isla en japonés) es una pequeña isla artificial, de sólo ciento veinte metros de largo por setenta y cinco de ancho, en la bahía de Nagasaki. Había sido construida en 1634 por orden del shogun para alojar a los comerciantes portugueses y hasta la expulsión de los extranjeros éstos habían sido sus ocupantes.
Así que en 1641 Iemitsu ordenó a la VOC trasladar sus operaciones desde el puerto de Hirado (cercano a Nagasaki), donde habían establecido su base comercial, a la isla de Dejima. Todos los holandeses en Japón fueron confinados a la pequeña isla y tenían absolutamente prohibido pasar a tierra firme.
Nagasaki, con la isla de Dejima en primer plano
A partir de ese momento la isla de Dejima se convirtió en la única vía de contacto entre Japón y el resto del mundo. Sólo los holandeses, los chinos y los habitantes de las islas Ryūkyū (que aún no formaban parte de Japón y no lo harían hasta el siglo XIX) tenían permitido el comercio con el país nipón, y sólo a través de la isla de Dejima.
La isla estaba permanentemente vigilada para que no se produjera ningún contacto no autorizado entre sus habitantes y los japoneses. Estaba rodeada por una alta verja rematada por afiladas puntas de hierro y sólo había dos formas de acceder a ella: un pequeño puente que la unía a tierra firme y un embarcadero para pequeños botes. Ambos accesos estaban custodiados por los soldados del shogun.
A pesar de que los gastos originados por el mantenimiento de la isla tenían que ser asumidos por la VOC (incluyendo los más de doscientos funcionarios japoneses necesarios para su vigilancia, suministro y traducciones) los beneficios para la compañía eran altísimos debido al disfrute del monopolio del comercio entre el país y Europa.
El Rangaku
De esta forma Dejima se convirtió en el único contacto entre Japón y el resto del mundo, y cada vez que un barco holandés llegaba al puerto de Nagasaki se esperaba que el capitán trajera noticias “del exterior”.
Los avances tecnológicos y los conocimientos técnicos y científicos europeos llegaban con cuentagotas pero finalmente iban calando primero entre los funcionarios japoneses de alto rango y, finalmente, entre la población de Nagasaki y el resto de Japón.
Sucedió así que los estudiosos de todo el país comenzaron a aglutinarse en Nagasaki, sobre todo los interesados en la moderna ciencia médica y el estudio de la anatomía, de modo que finalmente, gracias a la relajación de las normas con el tiempo, comenzaron a aparecer (y esto fue ya con el siglo XVIII bien entrado) publicaciones de corte occidental realizadas por japoneses.
Esto fue conocido en Japón como el rangaku (estudio holandés). Gracias a este sistema Japón no se quedó estancado en la era feudal durante todo el periodo Edo.
La apertura al exterior
En 1853 el comodoro Matthew Perry (¿algún fan de la serie Friends por aquí que reconozca este nombre?) se presentó al mando de una flota de buques de guerra en la mismísima bahía de Edo (actual Tokio), forzando al shogun a abrir las fronteras al comercio estadounidense mediante la firma del tratado de Kanagawa y terminando con más de dos siglos de sakoku.
Poco después se firmaban tratados similares con Inglaterra, Rusia y Francia. Japón comenzaba definitivamente a abrir sus fronteras.
Esta apertura significó el fin de una era para Japón. El país se abría a un mundo en plena revolución industrial, mientras que en sus calles los samurái aún disfrutaban del derecho a portar dos espadas. Sólo quince años después de la llegada de Perry a Edo el shogunato Tokugawa tocaba a su fin y se producía la Restauración Meiji.
El regreso del cristianismo a Japón
En 1865 un sacerdote francés edificó una iglesia a las afueras de Nagasaki para el uso de los europeos que allí se encontraran (el cristianismo era aún ilegal en Japón). Antes de la salida de los últimos sacerdotes europeos del país, dos siglos atrás, dijeron estas palabras a los japoneses:
La Iglesia retornará al Japón, y ustedes lo sabrán por estos tres signos: los sacerdotes serán célibes, habrá una estatua de María, y ellos obedecerán al Papa-sama en Roma.
Y estas palabras se habían mantenido entre los católicos de Japón, transmitiéndose en secreto por vía oral de generación en generación.
Poco después de levantar la iglesia en Nagasaki este sacerdote francés se encontró en la entrada con un pequeño grupo de japoneses nerviosos y asustados. Uno de ellos le preguntó al sacerdote si era obediente al “gran jefe del Reino de Roma”, si no tenía hijos y si en la iglesia había una estatua de María.
Resultó que, después de doscientos años de prohibición, aún persistía una comunidad cristiana en Nagasaki que profesaba su fe en secreto: los kirishitan. El sacerdote les alentó a practicar su fe libremente, pero fue un consejo imprudente y fatal.
En los años siguientes más de tres mil cuatrocientos kirishitan fueron deportados. Trece de ellos fueron ejecutados y seiscientos sesenta murieron en el exilio.
La persecución contra los cristianos en Japón terminó en 1873 debido a las protestas internacionales, y pocos años después se proclamó la libertad religiosa en el país.
Dejima en la actualidad
Desde la restauración Japón le ha seguido ganando terreno al mar en la bahía de Nagasaki, y en la actualidad Dejima está casi totalmente rodeada de terreno urbanizado, excepto en el canal que la separaba de la antigua costa, que aún se conserva. Puedes ver la situación actual de la isla en Google Maps, aquí.
Reproducción a escala de la isla de Dejima que se puede visitar en Nagasaki
Es más, puedes pasear por sus apenas dos calles y visitar la reconstrucción actual de algunos de sus edificios gracias a la magia de Street View. Para ello sólo tienes que pinchar aquí.
Si quieres profundizar en el tema
El Imperio del Sol Naciente. Tres siglos de exploración y comercio de Cipango con Occidente
de Javier Yuste
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