A principios del siglo II a.C. la República Romana era una potencia en expansión. Tras la gran victoria en Zama Regia unos años antes, que había puesto fin a la Segunda Guerra Púnica de una forma humillante para los cartagineses, Roma miraba ahora hacia Grecia.
Allí el querido de la Hélade, el rey Filipo V de Macedonia, haría frente a las legiones del cónsul Tito Quincio Flaminino en la sierra de Cinoscéfalos, en la región de Tesalia, donde el legado macedónico del gran Alejandro perdería definitivamente toda la gloria pasada.
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El Mediterráneo Occidental en el siglo III a.C.
A mediados del siglo III a.C. el dominio del Mediterráneo Occidental estaba por decidir, y más que una potencia dominante lo que hay son diversos “aspirantes al título”.
Uno de ellos, sin embargo, tenía una clara ventaja sobre los demás: Cartago. Centro de una rica república, la colonia fenicia dominaba el norte de África, el sur de la península ibérica y las grandes islas del Mediterráneo Occidental, las Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia.
La República cartaginesa en 270 a.C.
Grandes navegantes y comerciantes, las colonias púnicas salpicaban la costa Mediterránea, lo que les valió algunas guerras con los otros grandes colonizadores mediterráneos de la época: las polis griegas.
Pero, según veíamos en la entrada sobre la Magna Grecia, tras las Guerras Latinas un pueblo de la península itálica había ido ganando poder; un poder que terminó de asentarse tras las Guerras Pírricas y la conquista de la Magna Grecia: la República Romana.
Y claro, como debía suceder habiendo dos grandes poderes disputándose el mismo territorio de expansión, ambas fuerzas, Roma y Cartago, acabaron enfrentándose.
No voy a hablar aquí a fondo de las Guerras Púnicas, ya que esto no es más que una introducción para tener una idea general de cómo estaba la situación en la época que nos interesa.
Tampoco creo que haga falta extenderse demasiado. El asunto es conocido y, si quieres profundizar, tienes disponibles exposiciones muchísimo mejores que cualquiera que yo pueda hacer.
Así que me limitaré simplemente a nombrar los acontecimientos que dieron lugar al asunto que nos ocupa, la llegada de Roma a Grecia.
El reino de Macedonia
Aún había otro poder a tener en cuenta en el Mediterráneo: el Reino de Macedonia. Aunque, a decir verdad, la época de Filipo II y Alejandro Magno había quedado atrás.
Fue Casandro quien, tras la muerte de Alejandro, recibió el trono de Macedonia (y, por tanto, el control sobre Grecia). Incluso logró coronarse rey en medio de todo aquel juego de tronos que siguió al desmembramiento del Imperio alejandrino.
Pero fue brevemente, ya que Antígono Monoftalmos (o, lo que es lo mismo, el tuerto) y su hijo Demetrio Poliorcetes (el asediador de ciudades) le arrebataron el trono y fundaron la dinastía antigónida de Macedonia. Incluso a pesar de haber recibido las del pulpo unos años antes en Ipsos.
Las guerras en el Mediterráneo
Y así estaban las cosas en Grecia, bajo poder macedónico, cuando, como decía más arriba, la expansión romana hacia el sur de la península itálica llevó a Pirro de Épiro (quien, por cierto, también estuvo en Ipsos junto a los antigónidas) a desembarcar por aquellos lares.
El caso es que, fíjate lo que son las cosas de la guerra, Roma firmó una alianza con Cartago (que como hemos visto ocupaba Sicilia) para acabar con los dichosos griegos que se habían metido en el sur de la bota como si aquello fuera su casa.
Doce años después ambos aliados, Roma y Cartago, se enfrentarían por el dominio del mismo territorio que ahora defendían conjuntamente. Y, tras veinte años de guerra, Roma acabaría haciéndose con el control de la que iba a ser su primera provincia, Sicilia.
Los cartagineses, derrotados, decidieron centrar su expansión en otro territorio: Hispania. Pero ya sabes cómo fue la cosa. La expansión romana era ya imparable, y en Hispania volvieron a encontrarse ambas potencias.
Los antiguos aliados se convirtieron ya en enemigos acérrimos (archienemigos, como diría Javier Sanz). Y esta vez los acontecimientos parecían tomar un rumbo muy distinto.
Filipo V de Macedonia
Aníbal se enseñoreba de la península itálica y las cosas parecían ir realmente mal para Roma (de hecho iban realmente mal), así que parecía un buen momento para que Macedonia volviera a entrar en juego y recuperase parte del esplendor en medio de su decadencia.
Y además era el momento perfecto. En el trono se sentaba un joven pero ya experimentado Filipo V, tataranieto del Tuerto, el diádoco. Un rey atrevido y valiente que muchos ya comparaban con el gran Alejandro.
Ambición no le faltaba, desde luego, así que cuando Aníbal infligió a Roma uno de sus mayores desastres bélicos en la batalla de Cannas, no tardó en firmar una alianza con el general cartaginés que, de haber salido como planeaba, habría seguramente cambiado la historia posterior de Europa (y de buena parte del mundo) de forma drástica.
Macedonia y Cartago, unidas contra Roma
Pero no fue así, y por poco. De hecho, Filipo construyó una flota e intentó tomar el control de Iliria para, desde allí, cruzar a la península itálica. De haberlo conseguido, la pinza formada por Aníbal y Filipo habría podido terminar con el poder de Roma en un momento en que aún no era la fábrica de conquistas en la que se iba a convertir muy poco tiempo después.
Todos sabemos que aquello no acabó bien para Cartago. Roma vio la jugada y contraatacó aliándose con la Liga Etolia y el Reino de Pérgamo (básicamente haciendo ver a las ciudades griegas que o estaban con Roma o contra Roma), con lo que Filipo tuvo que ponerse a apagar fuegos en Grecia en lugar de encenderlos en Italia.
Filipo venció y asentó definitivamente su dominio de Grecia, incluso reconocido por Roma, pero para entonces la Segunda Guerra Púnica había cambiado de signo. Hispania era nominalmente romana (ya vimos que aún faltaba mucho para que lo fuese realmente) y Escipión llevaba la guerra a África. El momento de debilidad, la gran oportunidad de Aníbal y de Filipo, había pasado para siempre.
La Segunda Guerra Macedónica
Tras la aplastante victoria de Escipión en Zama Regia, con Cartago vencida, sin territorios de ultramar y sin flota, el panorama internacional cambiaba de forma radical. Roma había prevalecido y ahora debía ocuparse de un último “cabo suelto”: el aliado de Aníbal, Macedonia.
Tras haber salido mal parado con el asunto de Iliria, Filipo había centrado su atención en Asia Menor, lejos de las luchas de poder entre los dos grandes. Supongo que prefirió ser cabeza de león, así que se centró en recuperar el poder que había perdido capturando Mileto y Samos y quedándose a las puertas de Pérgamo.
Desde luego no eligió un buen momento. Con los púnicos fuera de escena, Roma quedaba libre ahora para ocuparse de esos asuntos, que hasta entonces no le preocupaban. Así que cuando los embajadores de Pérgamo llegaron a Roma pidiendo ayuda a sus antiguos aliados, éstos respondieron enviando una delegación a Macedonia con un ultimátum: o paras, o te paro.
Una cosa es segura: Filipo no se dejaba amedrentar así como así, porque siguió a la suya y reanudó campañas en el Ática y los Dardanelos. Supongo que calculó que la República romana acababa de salir de una guerra larga (diecisiete años duró la Segunda Guerra Púnica que además se había librado en parte en su propio territorio) y que estaba iniciando la conquista de Hispania, a la que tendría que destinar tropas. Filipo se sentía fuerte y creía que tenía posibilidades.
Y oye, tan descompensada no debía estar la cosa teniendo en cuenta que, cuando comenzaron los dimes y diretes, ninguna de las ciudades ni ligas helenas quiso aliarse con uno o con otro hasta que no vieran hacia qué lado se inclinaba la balanza.
La batalla de Cinoscéfalos
Pero si Macedonia se sentía fuerte, imagina cómo se sentía Roma después de haber aplastado a Cartago. Así que, tras el desplante de Filipo y sus oídos sordos a los reiterados ultimátums de Roma, el nuevo cónsul Tito Quincio Flaminio desembarcó en Grecia con sus tropas: cuatro legiones, 1.100 jinetes y 20 elefantes (regalo del rey númida Masinissa).
Tan pronto se produjo el desembarco, la Liga Etolia se alió con ellos aportando un refuerzo de 10.000 infantes más, lo que dejaba las cosas bastante igualadas, ya que Filipo contaba con unos 23.000 infantes y 2.000 jinetes.
El encuentro entre ambos ejércitos se produjo en 197 a.C. en la región de Tesalia. Más que encuentro hubo encontronazo, porque se encontraron los escuadrones de reconocimiento y, tras una pequeña refriega, ambos ejércitos comenzaron a moverse en paralelo, separados uno de otro por una larga sierra conocida como Cinoscéfalos.
Ya sabes que no me gusta hablar sobre la evolución de las batallas. Creo que es mucho más importante hablar de causas y de consecuencias que de formaciones y tácticas. Y, si eres aficionado a eso, tienes blogs mucho mejores y más especializados en el tema.
Así que permíteme que despache el asunto en un par de líneas. La parte importante es que, despistadas por la niebla, las tropas de Filipo acabaron en la parte alta de la sierra. Y fíjate, eso confirió una gran ventaja inicial a los Macedonios.
Atacar una cota elevada es un ejercicio muy difícil, en especial para la infantería. Cuando llegas arriba y es el momento de enfrentarte al enemigo ya estás reventado y no puedes ni con tu alma. Y te lo dice uno que en su juventud sirvió año y medio en la infantería paracaidista y que tuvo que tomar muchas cotas (afortunadamente siempre ante enemigos imaginarios).
El caso es que, efectivamente, el desarrollo de la batalla fue inicialmente favorable a Filipo gracias a su posición, pero en algún momento ambas alas de su ejército quedaron divididas, y eso a la postre significó su derrota, ya que los romanos, aún cuesta arriba, penetraron en el hueco y rodearon el ejército macedonio atacando a la vez su frente y su retaguardia.
La victoria romana fue total… y definitiva.
Epílogo
La derrota de Cinoscéfalos marcó el final de la hegemonía de Macedonia sobre Grecia y Asia Menor, mantenida desde Alejandro Magno, y el reino quedó a merced de Roma y sujeto a tributo.
El sucesor de Filipo, Perseo, sería el último rey de la dinastía antigónida y, tras una última guerra contra Roma y una aplastante derrota (y huida) de Perseo, Macedonia quedaría dividida en cuatro estados independientes, con la prohibición de que sus habitantes establecieran relaciones diplomáticas, comerciales o matrimoniales entre ellos.
La prohibición además de comerciar con ningún otro territorio para conseguir materiales de construcción, metales preciosos o sal llevó a la región a un empobrecimiento y un sometimiento tal que, cuando veinte años después, en 149 a.C., un impostor se presentó como el fallecido hijo de Perseo, Filipo, consiguió liderar un alzamiento contra Roma. El sofocamiento de la rebelión terminó conduciendo a la transformación de Macedonia en una provincia romana.
Curiosamente la victoria sobre Macedonia, lejos de significar la libertad de Grecia como había prometido la propia Roma, marcó el comienzo de su conquista.