En el siglo I a.C. Roma, en su intento de pacificar las Galias, penetra en Britania con la intención de terminar con el apoyo que suponía la isla bajo dominio celta para los galos. Por dos veces intentó Julio César la invasión y en ambas ocasiones tuvo que renunciar a completar la conquista.
No será hasta casi un siglo después cuando, ya en época imperial, Claudio enviará cuatro legiones a apoderarse de la isla. Aún así la conquista es difícil y las tribus celtas que la ocupan se resisten a la romanización, guiados por sus líderes espirituales, los druidas.
Y en esas estaban cuando, en el año 60 d.C., la reina celta Boudica encabeza un alzamiento al que se unen decenas de miles de guerreros britanos y marcha sobre las ciudades romanas de la isla, arrasándolas una tras otra.
Índice del artículo:
Roma y los icenos
Sobre la conquista de Britania y la situación de Roma en la isla en el siglo I d.C. ya hablé en la última entrada. Si no la has leído te recomiendo que lo hagas ahora, ya que es la introducción perfecta para este artículo:
Dejábamos el tema entonces con Cayo Suetonio Paulino llegando a Londinium, la actual Londres, en el año 60 d.C. como gobernador y comandante supremo de más de treinta mil soldados, con el objetivo de terminar de someter a las levantiscas tribus celtas de Britania y de consolidar el dominio romano de la isla, representado hasta el momento por apenas un par de ciudades.
Se basaba este dominio más bien en relaciones de vasallaje con los pueblos britanos, con los gobernantes de las tribus convertidos en reyes-cliente de Roma: pagaban un tributo a Roma (que no era necesariamente gravoso sino más bien un símbolo de sometimiento) y se comprometían a aportar hombres a las filas romanas en caso de que hiciese falta.
Roma, a cambio, les garantizaba cierta independencia y respeto a sus costumbres… además de permitirles seguir gobernando a su gente en lugar de imponer un gobernador romano. En cierto sentido todos salían ganando (dentro del incordio de que un extranjero venga a tu tierra de decirte qué hacer, claro está): Roma dominaba el territorio sin luchar y el pueblo correspondiente no era sometido por la fuerza.
Esa era la situación de los icenos en el año 60 d.C., una de las primeras tribus en aceptar el vasallaje durante la segunda expedición de Julio César, más de un siglo atrás, como vimos en el apunte sobre la conquista de Britania.
Territorios ocupado por los icenos (en rojo) y los trinovantes (en verde)
Prasutagus era el rey de los icenos en esa época. Reinaba de esta forma a la tribu, que pese a la presencia romana en la isla disfrutaba de una relativa libertad e independencia, sin tener que ceder ante injerencias en el gobierno interno de su pueblo ni soportar la presencia de un destacamento romano. Se puede decir que, dentro de lo que cabe, los icenos estaban sobrellevando la conquista bastante bien.
No era igual, por cierto, la situación de sus vecinos los trinovantes, que como vimos anteriormente se habían rebelado a la conquista de Aulo Plaucio y, en consecuencia, éste no sólo dejó un destacamento en su territorio, sino que romanizó su capital, Camulodunum, convirtiéndola en la primera colonia romana de Britania.
La herencia del rey
La situación de los icenos cambió radicalmente con la muerte de Prasutagus, en el año 60 d.C. El rey y su esposa, Boudica, no tenían hijos varones, sino dos hijas, aunque en la cultura celta de los britanos esto no suponía ningún problema, ya que contemplaban la igualdad de derechos de herencia de la realeza entre hombres y mujeres.
Sin embargo sabía que el derecho romano no reconocía esta igualdad, y que la realeza para los romanos sólo podía transmitirse por línea paterna (de padres a hijos varones). Por eso temía que, a su muerte, su pueblo quedara bajo tutela romana y perdiera la independencia.
Para evitarlo realizó un testamento dejando su reino al emperador romano (que, por cierto, era Nerón) ex-aequo con sus dos hijas. Nombrar heredero al emperador no era práctica infrecuente entre los reyes-cliente, pero incluyendo a sus dos hijas en el testamento esperaba que Roma reconociera la validez del mismo y, a la vez, éstas pudieran seguir gobernando con relativa independencia, como él mismo había podido hacer.
Agravio y venganza
No fue así. El procurador romano, Cato Deciano, no reconoció la validez del testamento y acudió al poblado iceno con un destacamento con la intención de hacer efectiva la nueva propiedad romana, ordenando a los soldados que se apoderaran de todas las propiedades de la tribu: todo ello pertenecía ahora a Roma.
Boudica quiso impedir semejante abuso y Deciano, considerándolo un acto de rebeldía, ordenó un castigo ejemplar. La reina fue azotada públicamente allí mismo, y sus dos hijas violadas.
Tras haber perdido su libertad, sus pertenencias, sus tierras y con su vida en manos de Roma, ya no les quedaba nada que perder. De pronto la rebelión se convirtió en la única opción viable para los icenos.
La rebelión de los icenos
Boudica estaba resuelta a vengar semejante agravio así que acudió a los trinovantes, el reino celta vecino, en busca de apoyo militar.
Los trinovantes
Los trinovantes habían sufrido agravios parecidos. Desde su alzamiento frente a Aulo Plaucio la presencia de tropas en su territorio había sido constante y su capital, Camulodunum (la actual Colchester), había quedado convertida en una colonia de veteranos romanos. Fue, de esta forma, la primera ciudad romana en Britania.
Camulodunum
Así que, como podrás imaginar, los trinovantes no pusieron demasiadas objeciones a la alianza con los icenos. La rebelión estaba gestada.
El ataque de Suetonio a Mona
En el año 60, cuando todo esto estaba sucediendo en el sureste de Britania, el gobernador Cayo Suetonio Paulino se encontraba a quinientos kilómetros de allí, en plena campaña en la isla de Mona, actual Anglesey, en el noroeste de la provincia.
Suetonio tenía claro que, si quería completar el sometimiento de las tierras britanas, tenía que acabar con los druidas, líderes ideológicos de la resistencia celta.
Así que, decidido a acabar con su poder, resolvió penetrar en la isla de Mona, refugio principal y centro de poder de los druidas britanos, al mando de la Legio XIV Gemina y parte de la Legio XX Valeria Victrix, casi diez mil soldados.
El ataque fue despiadado. Las tropas cayeron sobre los druidas durante la noche, acabando con ellos literalmente a hierro y fuego. Tras aniquilar a los druidas se llevó a cabo la destrucción del santuario y de las arboledas sagradas, el centro de su práctica espiritual.
Hacia Camulodunum
Con el gobernador y el grueso de las legiones a más de quinientos kilómetros, la antigua capital trinovante y actual colonia romana era el primer objetivo lógico del alzamiento britano.
Así, icenos y trinovantes emprendieron la marcha hacia Camulodunum liderados por Boudica. Ciento veinte mil guerreros britanos, según Dion Casio, aunque la cifra me parece bastante exagerada. Lo más probable es que contase también a la caravana de mujeres, niños y ancianos que seguían al ejército. Y, aún así, sigue sin parecer una cifra muy realista.
El destacamento de Camulodunum, al ver lo que se le venía encima, envió mensajeros pidiendo refuerzos al procurador Cato Deciano (el mismo que había causado el alzamiento) en Londinium, a la Legio IX Hispana, que era la legión más cercana, a unos ciento cincuenta kilómetros al norte, y a Suetonio, que se encontraba como hemos visto en Mona.
Ninguna ayuda podía llegar sin embargo a tiempo a Camulodunum, y el ataque fue brutal, liberando los britanos toda la rabia y el odio acumulados contra el invasor romano. Sin murallas, en una ciudad indefendible, los veteranos no pudieron resistir demasiado.
Veteranos romanos defienden Camulodunum
Tras un primer intento de rechazar a las fuerzas celtas los defensores romanos tuvieron que refugiarse en el Templo del divino Claudio, el primer templo romano que se había erigido en Britania. Finalmente los hombres de Boudica prendieron fuego al templo, con los supervivientes al ataque dentro de él. Lo mismo hicieron con el resto de la ciudad.
Una ciudad tras otra
Cuando el comandante de la Legio IX recibió el mensaje que informaba de la revuelta y pedía refuerzos se puso inmediatamente en marcha hacia Camulodunum con los dos mil hombres bajo su mando. También Cato Deciano envió su destacamento de doscientos hombres.
Todos ellos fueron emboscados y eliminados por los rebeldes britanos; en orden de marcha y en gran inferioridad numérica no pudieron hacer gran cosa. La Legio IX fue arrasada. Tras ello los celtas se dirigieron a su siguiente objetivo: Londinium.
Entretanto Suetonio recibía las noticias y se ponía en marcha con las dos legiones bajo su mando. Genial estratega que supo prever los movimientos de su enemigo o general afortunado con la suerte a su favor, se dirigió directamente a Londinium. Posiblemente fue determinante el hecho de que la principal calzada que atravesaba el país desde donde él estaba iba directa a esta ciudad, sede del gobernador.
La destrucción de Londinium
Suetonio llegó a Londinium antes que el ejército britano, pero comprendió que intentar organizar allí una defensa era inútil. Sin murallas ni sistema defensivo alguno, quedándose a proteger la ciudad sólo conseguiría la destrucción de las legiones que aún quedaban en suelo britano. Así que ordenó la evacuación y se retiró de la ciudad, dejándola franca a los celtas.
Y en Londinium se repitió la masacre de Camulodunum, siendo también arrasada y quemada hasta sus cimientos. Por cierto que el procurador Cato Deciano en cuanto tuvo noticias de que Boudica se dirigía hacia allí huyó a la Galia.
Y con cada victoria más y más guerreros celtas se unían al ejército de Boudica, como ya había pasado anteriormente en Hispania con Viriato.
El fin de la rebelión
Tras haber destruido Camulodunum y Londinium y haber terminado con la Legio IX Hispana, Boudica pensaba que era momento de terminar definitivamente con la presencia romana en Britania. Así que se dirigió hacia el norte al frente de su ejército, al encuentro de las legiones de Suetonio.
Aún tuvo ocasión de arrasar Verulamium (la actual St. Albans), al norte de Londinium, la segunda ciudad romana por tamaño en Britania.
La batalla de Watling Street
Suetonio era un general muy curtido que ya había sofocado anteriormente una revuelta en Mauritania. Y aún le quedaban la Legio XIV Gemina y dos cohortes de la Legio XX Valeria Victrix, además de algunas tropas auxiliares. Unos diez mil legionarios en total.
Así que eligió cuidadosamente el campo de batalla, situándose en un desfiladero abierto a una amplia llanura por la que llegaría el ejército de Boudica, protegiendo así los flancos romanos y anulando la ventaja numérica de los britanos.
Cuando el ejército celta llegó al lugar en el que las tropas de Suetonio esperaban, dispusieron el campamento en forma de media luna en la llanura, frente a la entrada del desfiladero. Desde allí las mujeres, los ancianos y los niños podrían observar, desde los carros, lo que esperaban sería una gran victoria celta.
Nada está a salvo de la arrogancia y del orgullo romano. Desfigurarán lo sagrado y desflorarán a nuestras vírgenes. Ganar la batalla o perecer, tal es mi decisión de mujer: allá los hombres si quieren vivir y ser esclavos.
Arenga de Boudica a los britanos
Ignorad los clamores de estos salvajes. Hay más mujeres que hombres en sus filas. No son soldados y no están debidamente equipados. Les hemos vencido antes y cuando vean nuestro hierro y sientan nuestro valor, cederán al momento. Aguantad hombro con hombro. Lanzad los venablos, y luego avanzad: derribadlos con vuestros escudos y acabad con ellos con las espadas. Olvidaos del botín. Tan sólo ganad y lo tendréis todo.
Arenga de Suetonio a sus legiones
De nuevo utilizaron los celtas la única táctica que conocían y que había supuesto la derrota de Casivelono un siglo atrás: atacar todos a una en masa y armando alboroto para causar miedo a sus enemigos. Pero eso no funciona cuando tus enemigos son las legiones romanas.
Con las paredes del desfiladero a los lados sólo podían realizar ataques frontales directos, y la formación cerrada de los legionarios causaba estragos entre los celtas, parando con el scutum, golpeando con el umbo y matando con el gladius.
Con los romanos turnándose en la primera línea de la formación, los britanos chocaban permanentemente con un muro de legionarios descansados y eficaces a la hora de matar. Y, llegado el momento, Suetonio ordenó a las legiones avanzar.
El avance de la formación romana fue encerrando a los britanos entre el muro de scuta y sus propios carros… La masacre fue total y no hubo piedad. Frente a las escasas bajas romanas, unos cuatrocientos hombres, cayeron unos ochenta mil celtas, incluyendo mujeres y niños. La mitad de ellos aplastados por sus compañeros en el tumulto, intentando huir de la muerte romana.
La rebelión había sido aplastada.
La muerte de Boudica
Nada se sabe del paradero de Boudica, pero lo cierto es que su cadáver nunca fue encontrado. Según Tácito se suicidó envenenándose para evitar la captura y la humillación. Al final, efectivamente, prefirió la muerte a la esclavitud.
Hoy se puede ver una estatua de Boudica junto a sus dos hijas sobre un carro de guerra en el centro de la ciudad que destruyó, en Londres, en el extremo del puente de Westminster justo frente al Palacio del Parlamento y el Big Ben. Exactamente aquí.